jueves, 12 de marzo de 2009

Historia 1

Roberto habría preferido relajarse en el sofá y ver el partido de fútbol mientras se tomaba una cerveza bien fría. Sin embargo, había recibido un encargo: sushi para 14 personas para el día siguiente. En parte le hacía ilusión que contaran con él para estos pequeños ágapes exóticos, pero justo esa noche no tenía ni el cuerpo ni el ánimo para ello. Encima, su compañero de piso, Esteban, todavía no había llegado a casa y no sabía cuándo aparecería. De hecho, pensándolo bien, no lo veía desde hacía dos días, aunque tampoco le preocupaba excesivamente, ya que Esteban llevaba un ritmo de vida algo descontrolado y frenético y era normal que desapareciera del mapa sin avisar. Pero sí, reconoció que su ayuda le habría sido muy útil, cuatro manos trabajan más rápido que dos. “En fin”, pensó, “antes o después tendré que empezar a cocinar.” Así que se puso a trabajar: puso el arroz a hervir, sacó de la nevera el pescado y las verduras, dispuso las algas sobre la mesa, abrió el paquete de sésamo… Todo listo. Mientras se cocía el arroz, pensó en cortar todos los ingredientes y filetear con calma el salmón y el atún (también quería preparar algo de sashimi). Pero le faltaba el cuchillo, el cuchillo que le habían regalado en Navidad, especial para preparar sushi. “Juraría que ayer lo vi en este cajón, con los palillos”, se dijo a sí mismo. Puso la cocina patas arriba mientras lo buscaba, pero tras media hora sin éxito, se dio por vencido. El cuchillo había desaparecido.

De repente Roberto recordó que dos días antes había visto a Esteban que hurgaba en el cajón en busca de algo. “Será una coincidencia”, pensó Roberto. Dejando los malos pensamientos en el estrato más profundo de la mente, Roberto volvió a la cocina y buscó otro cuchillo adecuado para preparar el sushi. Luego empezó a filetear el salmón y el atún con una maestría increíble. Por otra parte, Roberto era uno de los mejores chefs de Madrid, con una carrera profesional importante a pesar de su joven edad. “Quién sabe cómo va el partido de la Champions del Madrid” pensó. Entonces paró su trabajo, se movió al salón, encendió la televisión, y mientras estaba buscando el canal donde transmitían el partido… “¡Aquel es mi cuchillo!” dijo. En efecto, el noticiario estaba transmitiendo una edición extraordinaria para hablar de un atraco sucedido esa tarde en el Banco de España, en el centro de Madrid. “El ladrón llevaba un pasamontañas y tenía un cuchillo de cocina con el que ha herido gravemente a un dependiente del banco, que probablemente no quería dar el dinero al ladrón. El dependiente se encuentra muy mal” dijo la periodista. “No puede ser” pensó Roberto. Los malos pensamientos afloraron lentamente. “Esteban me habló de sus problemas pero me había asegurado que se habían resuelto” meditó Roberto. Estaba muy nervioso. Cogió el tabaco y empezó a liarse un cigarrillo. Estaba preocupado por su amigo. Encendió el cigarrillo y un instante después sonó el teléfono.
“¿Diga?” dijo Roberto. Nadie respondió y enseguida colgó el teléfono. Inmediatamente después, sonó el timbre. Roberto se acercó a la puerta y la abrió. Era Andrea. “Roberto, tu padre, Vito Laredo, llamado ‘El Quebraley’, ha sido asesinado”. Roberto se quedó inmóvil, sin decir una palabra, como si fuese una estatua.

Su padre… De repente empezó a repasar toda su vida por una sucesión de flash-backs: cuando tenía cinco años y se raspó las rodillas al caerse su padre estaba allí para consolarlo; el primer día de escuela: de nuevo la imagen de su padre le apareció delante de los ojos como si aún estuviera vivo; ¿Y cuando se diplomó? Estaba su padre que lo miraba lleno de orgullo. Vito siempre estuvo presente en su vida, un punto final, como un escollo al que agarrarse en los momentos difíciles ¿Y ahora? Ahora estaba muerto.
“Roberto, ¿cómo estás?” le preguntó Andrea que se había quedado ahí sin saber qué hacer para ayudar a su amigo; Roberto se reanimó por un momento, el tiempo necesario para preguntarle: ¿Sabes quién ha asesinado a mi padre? ¿Y quién te lo ha dicho?. Antes de que su amiga pudiese contestarle, el timbre sonó.
“¿Quién es?”
“Policía, señor”.
Cuando Roberto abrió la puerta se encontró delante a un hombre que medía 1,75 m. más o menos, delgado, canoso y muy serio; se presentó como el comisario José López. Le comunicó formalmente sobre la muerte de su padre; le dijo que el cuerpo había sido descubierto en un barrio periférico de Madrid, que le habían disparado y que todavía no se conocía al culpable aunque la policía estaba indagando. Después de que el comisario acabara de hablar, empezó a observar la reacción de Roberto a la noticia.
El comisario era un cuarentón cuyos tratos duros de la cara traicionaban un pasado difícil; tan difícil como fue la vida de Vito Laredo, siempre al margen de la ley pese a que, en fin, se reveló una persona muy honrada que, por amor de su familia, eligió renunciar a ese tipo de conducta para mirar serenamente a los ojos de su hijo y de su mujer. Su madre ¡Dios! ¿Cómo se lo comunicaría?
Mientras estaba abstraído en esos pensamientos, vio al comisario que iba por su cuarto y tocaba los objetos desparramados acá y allá. Su actitud había cambiado, se había convertido en un detective. La desesperación dio lugar a la rabia; ¿cómo podía aquel hombre irrumpir en su vida, justo en ese momento? ¿Cómo se permitía toquitear sus objetos personales? “¡Mi padre está muerto!”, habría querido gritarle a la cara, pero no lo hizo, se quedó allí mirando al hombre que de repente se bloqueó, se volvió hacia él y le preguntó a quemarropa:
“¿Dónde se encontraba usted esta mañana, digamos… entre las cinco y las seis y media?”.

“¿Acaso está sospechando que yo pueda estar implicado de cualquier modo en el homicidio de mi padre?”
“Soy policía, mi deber es el de no descuidar nada”.
“¡Es una locura! –se rebeló el muchacho–. Estoy seguramente en medio de una pesadilla. Comisario, por favor, déjeme en paz, mi padre está muerto…”
Durante toda la escena, Andrea se había quedado inmóvil, sin saber qué hacer; en fin parecía que todos, en ese momento, se hubieran olvidado de ella; decidió seguir callada, quizá era la mejor solución, no quería estar implicada en ese drama, ya tenía sus problemas.
El comisario se dirigió hacia la puerta pero de repente se paró, se volvió lentamente y miró a Roberto; había una luz extraña en sus ojos cuando le dijo:
“Lo olvidaba: ayer hubo un atraco en el Banco de España, quizás vio la noticia por la televisión. Hubo un herido que ahora está en graves condiciones. Sobre el arma del delito había huellas que el ordenador de la policía identificó como las de su padre. ¿Sabía que estaba fichado, no?”
Después de que dijera eso se fue y dejó a Roberto más turbado y desesperado que nunca. ¿Quién puede haber asesinado a mi padre y... dónde demonios está Esteban? Volvió a marcar su número de móvil pero estaba apagado; hacía dos días que no tenía noticias suyas.
“Bueno –dijo Andrea– ahora me voy, si necesitas algo, llámame” y salió.
Cuántos acontecimientos habían pasado en tan poco tiempo: su padre había muerto, Esteban había desaparecido y también el cuchillo... el regalo de Navidad que le dio su padre. ¿Qué hacía su cuchillo en un atraco en un banco? ¿Quién había usado? Pero antes había problemas más urgentes por solucionar: tenía que hablar con su madre, había que organizar el entierro de su padre y además hacía falta que alguien se ocupara del restaurante durante su ausencia.

El entierro de Vito Laredo fue un acontecimiento de importancia histórica; él era muy estimado por la gente de su barrio y parecía que todos se hubiesen reunido en ese pequeño cementerio, bajo la lluvia a cántaros en un día de octubre.
La madre de Roberto no había parado un instante de llorar y su hijo no sabía cómo consolarla, se sentía débil, echaba de menos a su padre, ¿cómo podría vivir sin él? Decidió reaccionar, miró alrededor en busca de Esteban: nada; Roberto estaba verdaderamente preocupado. Luego se dio cuenta de que, en medio del gentío, el comisario López estaba fijándose en él; desvió la mirada, no tenía fuerzas para hacerle frente porque se sentía demasiado vulnerable.

Al final de la ceremonia Roberto y su madre se dirigieron hacia el coche para regresar a casa; su madre acababa de subir al coche cuando el chef oyó que le llamaban: “¡Señor Laredo!”. Se volvió y el comisario se le puso delante: “Quisiera informarle de que esta mañana ha sido hallado el cuerpo sin vida del señor Esteban Díez en un piso de Valencia. El señor Díez fue torturado antes de ser asesinado. Sabemos que eran amigos e incluso vivían en la misma casa; mañana le espero en la comisaría, tengo que interrogarle, mientras tanto no intente dejar la ciudad: desde hoy usted está bajo el control de la policía y, sobre todo, no tome iniciativas personales”. Y luego el comisario se alejó, dejando al pobre joven paralizado, incapaz de reaccionar.

Al llegar a casa, Roberto fue inmediatamente a la cama, pero la noche fue inquieta y sin sueño. Los dos homicidios no podían más que estar conectados, y el trauma por la muerte de dos personas a él tan cercanas, fue sustituido por el miedo de que la victima sucesiva pudiera ser él. ¿Pero quién podía querer verlo muerto?

Al día siguiente, cuando se presentó en la comisaría, le dijeron que el comisario López había tenido que salir de prisa, y la breve conversación que tuvo con otro agente de policía se resolvió con unas banales preguntas sobre la vida de Esteban. Si esa conversación por supuesto no sirvió de nada a la policía, fue en cambio útil para Roberto para darse cuenta de una cosa: los policías eran unos ineptos totales y la única manera para descubrir lo que había sucedido a su padre y a Esteban era investigar personalmente sobre el caso.

Llamó por teléfono a Andrea, única persona en la que confiaba y que podía ayudarlo, y le pidió que fuera inmediatamente a su casa, y empezó a pensar en cómo podría llegar a Valencia, ciudad donde había sido encontrado Esteban, sin hacerse seguir por la policía, y en quién podría ser el verdugo que vagaba impune y que probablemente ahora estaba buscándolo.

Cuando llamaron al timbre, fue a la puerta tarareando: "Es una alcachofa cha cha chá, qué pena cha cha chá...". Se quedó muy sorprendido al no encontrar enfrente a Andrea, sino al comisario López. "¿Otra vez Usted?" dijo Roberto. "No se preocupe" respondió el comisario "esta es la última vez que nos vemos", extrajo rápidamente la pistola y apretó el gatillo. El proyectil atravesó la calavera del joven de parte a parte, y el cuerpo de Roberto cayó como un saco vacío. Lo que el chef no tomó en consideración en sus reflexiones sobre quién podría ser el verdugo era que él pudiera ser también el juez.

Cuando Andrea llegó, se encontró ante un espectáculo horroroso. La sangre cubría ya una gran parte del suelo, pequeños trozos de cráneo tachonaban la entrada del piso, el cerebro se había convertido en una asquerosa papilla amorfa, y la peste a putrefacción era ya inaguantable.
Andrea fue dominada por fuertes arcadas.

¿Qué pasa aquí? Andrea de repente se volvió y se quedó petrificada: el comisario López estaba frente a ella y observaba el escenario sin descomponerse demasiado.
-Yo, yo no lo sé comisario… he llegado ahora y he encontrado a Roberto así… muerto- dijo ella echándose a llorar.
-Eso también lo veo yo -contestó López- lo que me gustaría saber es por qué su querido chef está muerto; oiga... estoy casi seguro de que Roberto Laredo estaba de un modo u otro implicado en el asesinato de Esteban Arenales pero veo que él también es una víctima.

El policía caminaba por el piso, tocando objetos y mirando aquí y allá; al final de su pequeña inspección llamó a sus colegas para inspeccionar mejor el piso y dirigiéndose a Andrea sentenció que tenía que interrogarla. La situación era tan complicada que parecía una película policial. Esteban había sido torturado y asesinado, después el padre de Roberto también había sido asesinado y por último el pobre chef. Estaba claro que los tres delitos tenían una conexión.

Andrea estaba presa del pánico; no sabía qué hacer y tenía que calmarse para el interrogatorio, tranquilizarse... e inventarse algo. Al principio fue a casa y pronto sonó el teléfono….
“¿Dónde estás? ¡Menudo lío has armado, Lucas! ¡Esto es demasiado, no quiero hacer caso a tus ideas locas!”
“¡Cálmate hermanita! No es necesario que te preocupes, he pensado en todo….no quería matar a aquel chef pero él había descubierto el dinero de Esteban y quería llamar a la policía… en esta ocasión mi experiencia en el teatro valió para algo.”
“¿Qué quieres decir? ¿Te has disfrazado?.... ¿Y dónde estás ahora, Lucas? ¿Has matado también a Vito y a Esteban?... ¿Lucas me oyes?”
“Lo siento hermanita, tengo que irme…. Si todo sigue según los planes en un par de días podremos irnos lejos de España.”
“¡Lucas, Lucas!”

La pequeña comunicación y acabó dejando a Andrea más agitada que antes. Lucas no le había dicho mucho, las únicas cosas seguras que sabía eran que Lucas era un hábil actor y que tenía que esperar dos días. Entre tanto en la comisaría los policías estaban visionando la peli de una cámara que el comisario López había hecho esconder en el bloque donde se encontraba el apartamento de Roberto.
“¡Esto no es posible! -gritaron dos policías- ¡el comisario!”

Andrea estaba impresionada y tenía una expresión asustada por lo que su hermano le había dicho, pero empezaba a entender lo que Lucas había maquinado. Esteban y Luca habían sido cómplices del atraco sucedido en el Banco de España y de manera intencional habían usado los guantes para no dejar huellas sobre el cuchillo… Luca sahora tenía el dinero, 1.000.000 de euros, podría realizar su proyecto: irse a América y empezar una nueva vida en Nueva York.

En realidad ese proyecto tenía que ser de Lucas y también de Esteban, pero después del atraco Luca había pensado eliminar a Esteban… Representaba solo un obstáculo… Decidió entonces matarlo no sin antes torturarlo para saber dónde estaba situado el dinero. Estaba en el piso del pobre Roberto. Lucas había visto en la televisión un comisario, López, que hablaba de la muerte de Vito, el padre de Roberto. ¡Qué mejor ocasión para introducirse en el piso de Roberto sin ser reconocido? No fue difícil para él hacer un disfraz tan perfecto … Había que disfrazarse porque su relación con Roberto no era muy buena, porque Lucas había sido la causa del pasado turbulento de Esteban.

Así, sin levantar sospechas, Lucas se introdujo en el piso de Roberto y después de asesinarlo, se fue con el dinero. Pero no sabía de la cámara en el piso… Y así había metido en un lío al auténtico comisario. En realidad López ya estaba implicado… después haber consumado su deseo de venganza… su rival estaba muerto…

... (si no te gusta el final que vas a leer, no pasa nada: ¡tendrás otros alternativos!)

Lucas no se había dado cuenta de haberse metido en un juego más grande que él. El comisario, antes de entrar en la policía con un falso nombre, había sido un espía y había traicionado a su país. El único que podía reconocerlo era Vito, por eso él le había asesinado cruelmente. Lo que el policía no se imaginaba era que Lucas, de buen actor, se hubiera disfrazado de él para matar a Roberto y adueñarse del botín del atraco al Banco de Madrid.

El comisario fue arrestado por sus mismos colegas y no pudo defenderse para no traicionarse y no revelar su pasado. Lucas emigró a América y Andrea se quedó sola a llorar por sus amigos.

(quiero leer el final 2)

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