miércoles, 13 de mayo de 2009

historia 1 (final 3)

López estaba cerrado en su casa en la playa desde hacía unos días; precisamente desde cuando el maldito Quebraley había sido asesinado.

Toda su vida había sido arruinada por ese hombre, y ahora estaba muerto. Desde los tiempos del colegio, cuando le había soplado el golpe del siglo, una partida de droga que el ratero le había robado poco antes de la venta, se había dado cuenta de que él nunca habría podido alcanzar su inteligencia y habilidad y, por eso, se había convertido en la única persona que podía pararlo: como en el mundo del crimen el Quebraley siempre lo habría superado, López se había trasladado al de la ley.

Pero cuando le había contado todo a su amante, coloreando la narración con todo su rencor y envidia, y le había dicho que llevaba diez años deseando ardientemente que Vito Laredo muriera, nunca habría imaginado que esa mujer, tan delicada, pura y sin mancha, lo mataría a sangre fría.
Cuando habían encontrado el cuerpo, López había recuperado el anillo que le había regalado, aún manchado de la sangre de su peor enemigo. ¿Cómo lo había atraído a una trampa? ¿Dónde había encontrado la pistola? ¿Por qué había dejado el anillo? Todo quedaba aún en la sombra.

Sin saber qué hacer, López había llamado a la única persona que podía ayudarlo: Lucas Ribera.
Nadie sabía de su conocimiento mutuo, y la situación tenía que quedarse así: un respetable comisario no debía tener nada que ver con un pobre delincuente.
“Lucas, tenemos un problema”.
“Aquí Houston… ¿qué quieres, madero?” Lucas había respondido con su habitual ironía, sin sospechar lo que habría oído.
“Necesito tu ayuda ahora. Tienes que sustituirme por un rato, hasta que consiga solucionar unas cosas. Todos estamos implicados en una tremenda desgracia. No puedo explicártelo todo ahora, solo haz lo que te diga. Y, por una vez, confía en mí”.

Lucas no había sido investigado, de tan feliz que estaba por la afortunada coincidencia: podía hacerse pasar por el comisario y recuperar el dinero sin arriesgar a que lo descubrieran, porque el comisario estaba ocupado en otros asuntos. Y así se había cumplido todo lo que había de cumplirse.

Mientras tanto, López había pasado aquellos días infernales preguntándose qué tenía que hacer.
¿Llamar a la mujer? ¿Llamar a la policía? Cuando se dio cuenta de que era Lucas el culpable del atraco en el banco, era demasiado tarde: ya le había proporcionado el disfrazo perfecto. Lucas había matado a dos hombres y él involuntariamente había convencido a su novia de que El Quebraley tenía que morir. Esa era la peor desgracia que le había ocurrido. Y la culpa seguía siendo del maldito enemigo de toda la vida. Sólo quedaba una cosa que hacer:
“¿Policía? Aquí el comisario López”.
Una voz perpleja respondió:
“Comisario, aquí todos están buscándole. Hemos visto una peli en la que Usted mataba al chef cuyo padre fue asesinado. ¿Qué le ha ocurrido?”
“He matado a Roberto Laredo y también a su padre porque creía que estaban implicados en el atraco del banco y quería tomarme la justicia por mi mano. Ya no creo en los poderes de la policía: siempre se deja a los peores criminales en libertad y sólo se encierra a los peces pequeños. Puede que haya sido un momento de locura, pero no estoy muy arrepentido. El culpable del atraco en el banco fue un cierto Lucas Ribera, pero nunca encontraréis su cuerpo. Él también ha sido ajusticiado y el ácido ya ha hecho su deber. Todo está acabado de la mejor manera posible, ¿no estás de acuerdo?”
“Comisario, ¿se ha vuelto loco? Quédese donde está y no haga nada de lo que pueda arrepentirse, enviaré una patrulla enseguida. ¿Comisario? ¿Me oye?”

Mas ya el comisario estaba lejos.

Mientras se acercaba a las escolleras, temblando por el fuerte viento que agitaba las olas de la Mar como si quisiera hacerla enfurecer, López daba vueltas al anillo entre las manos, pensando en Lucas y en su hermana, que habían coronado sus sueños de irse a América para empezar una nueva vida. Por lo menos ellos eran felices.

Miró el anillo sin verlo, pensando en su amada. Sabía que sería más feliz sin él, pero ya la echaba de menos. Deseaba decirle lo que había hecho por ella pero no quería que se sintiese culpable. Olvidarlo era la mejor solución. Las letras grabadas en el interior brillaban iluminadas por el sol, y cada una de ellas parecía estar grabada también en su propia piel:
“A Andrea: Es tan corto el Amor y es tan largo el Olvido... José

El anillo se quedó solo en la escollera mientras la Mar parecía ir calmándose, como si algo, aquella tarde, la hubiera saciado.

historia 2 (final 4)

Morgan caminaba nerviosamente de un lado para otro de su cuarto: las mujeres habían sido transformadas en esclavas o bestias guerreras para emplearse en la batalla que, el día siguiente, empezaría; los soldados, que habían sido engañados por el sueño de una vida mejor y de una recompensa en dinero (sucio), estaban ahora llenos de odio, eran fieles a Morgan, y listos, motivados para luchar contra los seres humanos. Todo estaba listo, todo excepto Pe, quien no tenía gana alguna y no guardaba rencor para participar en aquella empresa mortal.

En aquel instante entró el hada y asustada dijo: “¡Morgan!, tu cólera ha llegado hasta aquí, no te das cuenta que un ejército de esclavos y mercenarios ya no te necesitará después de acabar la conquista de una tierra que ya no te pertenece. El títere eres tú, no ellos. Vosotros también explotasteis la tierra hace mucho tiempo, y por eso os puse aquí, para que no hicierais otros daños. Pe es un corazón puro, ¡déjala en paz!”. En cuanto pronunció esas palabras, empezaron a luchar por sus poderes mágicos: el hada representaba otro obstáculo a sus planes, pensó Morgan.

Simultáneamente, en otro sitio, otra escena estaba desarrollándose: la pobre Pe, al oír las palabras de su hermanito, procedentes de detrás de la puerta, se puso a llorar, aunque no hubieran conseguido abrir la puerta del cuarto donde Pe estaba recluida.

De repente el candado se rompió, la puerta se abrió de par en par y los dos hermanos, casi sin creer lo que sus ojos veían, se abrazaron. Se giraron y detrás de ellos estaba, en el suelo, el hada, casi dando sus últimos suspiros: ella había roto el candado. Se oían las voces y los gritos de los soldados que estaban para llegar; sin embargo, sobre ellos se podía entrever luces indistintas: eran las de una nave espacial. Estaban sanos y salvos.

jueves, 7 de mayo de 2009

historia 2 (final 3)

Tiago y Net consiguieron entrar en el palacio después de haber distraído a los guardias y llegaron a la habitación desde la que Net había escapado. Tiago decidió esperar a Net fuera de la habitación para comprobar la situación. Cuando Net entró por la puerta, vio la cama con un pequeño abombamiento como si alguien estuviera durmiendo debajo de las mantas; Net supo que no podía ser Pe porque lo que estaba durmiendo allí tenía los pies mucho más grandes que ella. Enseguida el hombre sobre la cama se levantó y quería golpear a Net; en aquel momento la llave que estaba en la mano de Tiago se transformó en una espada y con ella mató al hombre. Inmediatamente después se les apareció el hada, que dijo que Pe estaba encerrada en la habitación de la torre.

Tiago y Net llegaron a la torre donde, junto con Pe, los esperaban también Morgan y sus guardias que, encadenaron a los dos. Pe seguía preguntándose el porqué de todo esto y por eso Morgan empezó a contar su historia. Narró que ochenta años antes en el planeta en que vivían Tiago y Pe murió el rey, Juan, y no sabían quién podría ser el sucesor porque Juan tenía dos hijos de la misma edad: Morgan y el padre de Pe y Tiago, que se llamaba Alejandro. Pero el rey antes de morir dijo que quería donar su reino a Alejandro, su hijo predilecto; Morgan no perdonó nunca a su padre ni a su hermano y decidió partir para el planeta Tierra. Explicó también que quería matar a Pe y a Tiago, los únicos hijos de Alejandro, para apoderarse de lo que consideraba su reino. Los hermanos se echaron a llorar porque tenían miedo de ser asesinados.

Pero también en esta ocasión el hada quería ayudarlos y transportó a Tiago, Pe, Net, Morgan y todos sus guardias al planeta de Alejandro, ante el mismo rey. Enseguida los dos ejércitos enemigos empezaron a luchar y con la ayuda del hada, Alejandro venció y logró matar a su hermano.

Por fin, lo que había empezado ochenta años antes había terminado y Pe pudo volver a casa con su verdadero pueblo. Se dice que fue una reina extraordinaria y que desde aquel extraño día, en que empezó nuestra historia, nunca ha acabado de agradecérselo al hada.

historia 2 (final 2)

Net y Tiago tenían que pensar en algo. Y deprisa. En efecto, cuando llegaron a la prisión donde Net pensaba encontrar a Pe, fueron rodeados por una decena de guardias armados hasta los dientes. En ese momento Tiago pensó en su amigo Momo Sissoko que, siendo un valeroso combatiente, habría podido ayudarlos. Pero desafortunadamente no estaba. De todas formas Tiago tomó coraje y marchó hacia los guardias más cercanos, pero fue parado por Net apenas antes de golpear a un guardia. “Párate” dijo Net “Nos conducirán a Pe”. Y así se hicieron capturar.

Fueron conducidos a la torre y fueron encerrados en una celda fría y muy oscura. En cuanto las guardias salieron de la celda, apareció el hada. “¿Habéis cogido la llave?” dijo. “Sí, está aquí” respondió Net. “Pues bueno, usadla para salir de aquí y luego id a liberar a Pe; está encerrada en el último piso de esta torre”. Antes de desaparecer, el hada dejó a los dos seres una espada por cabeza, en caso de que tuvieran que combatir.

Mientras tanto, algunos pisos más arriba, Pe estaba buscando un modo para huir de la celda. De golpe entró Morgan: “Es inútil buscar una escapatoria. Es imposible salir de aquí. Eres demasiado importante, no puedo dejarte escapar.” “¿Por qué?, ¿qué tengo tan especial?” dijo Pe. “Tú eres la llave que me llevará al Palacio del Sol; tú tienes un alma pura, melancólica y triste que permite acceder al Palacio del Sol”. Entonces entendió el porqué de lo que había visto en el espejo del duende. Era su subconsciente, que deseaba el Palacio. Morgan soltó una carcajada. Luego cogió a Pe por el brazo y, escoltado por dos guardias, descendió la torre y entró en una sala muy grande. Estaba constituida por una nave central sostenida por cuatro columnas en estilo gótico y por dos naves laterales. “Obra de los enanos” dijo Morgan, viendo los ojos maravillados de Pe. Recorrieron toda la sala hasta que llegaron a un altar donde había un espejo. “Este es el portal que conduce al Palacio del Sol: por fin he logrado encontrar un alma como la tuya; he tenido que sacrificar a muchas mujeres que di en comida a mi bestia feroz, Escolapio. Pero ahora por fin he encontrado la que me permitirá obtener el poder del Palacio del Sol.

“No tan deprisa Morgan” gritó alguien. Era Net. Con él estaba también Tiago. Habían logrado escapar de la celda con la llave. Y con las indicaciones del hada, habían logrado encontrar la sala. Ahora estaban frente a Morgan. Con él estaban también los guardias. El choque era evidentemente desigual. Pero Net y Tiago no retrocedieron. Y en efecto fácilmente lograron rechazar los ataques de los guardias. Aunque los guardias eran mayores en número, los dos amigos lograban avanzar lentamente.

“Aaaahhh” un grito llenó la sala. Era la voz de Net. Fue golpeado por una flecha lanzada por Morgan y destinada a golpear a Tiago. Net, al ver su amigo en peligro, se lanzó hacia él y se le clavó la flecha en pleno pecho. Entonces Tiago extrajo la flecha del pecho de Net y la lanzó hacia Morgan. Sin embargo, la flecha no dio en el blanco: de hecho, Morgan evitó la flecha que en cambio golpeó a Pe en la garganta. Morgan gritó a pleno pulmón. Su única esperanza de llegar al Palacio había desaparecido. En ese punto, Morgan se lanzó contra Tiago con todas sus fuerzas. El choque fue cruento. Ambos estaban animados por una furia homicida. Pero al final fue Tiago el que venció.

Inmediatamente después Tiago se echó a llorar. Había matado a su hermana y provocado la muerte de Net. Mientras Tiago estaba molido por el dolor, apareció el hada. “Ven, te llevo a casa”. Y así Tiago partió con el hada hacia el planeta donde estaban sus padres esperándolo.

historia 1 (final 2)

Roberto se despertó de repente en el cuarto oscuro, estaba muy asustado y gotas de sudor le caían por la sien, por la espalda, por todo el cuerpo. “Pues estoy vivo” murmuró entre sí casi sin creer en ello.

La televisión estaba retransmitiendo los últimos minutos del partido de Champions Real Madrid -Inter y éste último estaba claramente ganando pese a que Mourinho siguiera peleándose con el árbitro de turno, como siempre. Repentinamente el chef se levantó y se dirigió hacia el cuarto de su amigo: Esteban estaba durmiendo tranquilamente como si nada hubiera pasado.

El móvil sonó: era Andrea, con su voz alegre: “Hola chicos, ¿qué tal? ¿Habéis visto qué partido? ¡Ibraimovich ha estado verdaderamente genial!”
“No, Andrea, no lo hemos visto. Esteban estaba durmiendo y yo… estaba un poco ocupado”.
“¿Ocupado? ¿Y con quién? ¿Todo bien, Roberto?”
“Sí, no te preocupes, de veras. Yo también estaba en la cama. Mañana te explico todo, buenas noches”.

Al cortar la comunicación, Roberto por fin empezó a relajarse, había regresado a la realidad. Así, todo había sido una pesadilla, una increíble pesadilla. La muerte de su padre, la de su amigo, el comisario López: todo irreal. Pero lo real era que todavía tenía que preparar el sushi. Entonces estaba para ir a despertar a Esteban a fin de que le ayudara, puesto que, no podría filetear todo ese pescado sin su amigo de confianza; pero al volverse vio a Esteban, frente a él, que empuñaba un cuchillo, su regalo de Navidad…



Un sinfín de finales

Por si no te ha gustado cómo ha acabado alguna de las historias, aquí te proponemos otros finales alternativos. De todos modos, siempre puedes colaborar con nosotros y dejarnos tu propio final :D

jueves, 12 de marzo de 2009

Historia 1

Roberto habría preferido relajarse en el sofá y ver el partido de fútbol mientras se tomaba una cerveza bien fría. Sin embargo, había recibido un encargo: sushi para 14 personas para el día siguiente. En parte le hacía ilusión que contaran con él para estos pequeños ágapes exóticos, pero justo esa noche no tenía ni el cuerpo ni el ánimo para ello. Encima, su compañero de piso, Esteban, todavía no había llegado a casa y no sabía cuándo aparecería. De hecho, pensándolo bien, no lo veía desde hacía dos días, aunque tampoco le preocupaba excesivamente, ya que Esteban llevaba un ritmo de vida algo descontrolado y frenético y era normal que desapareciera del mapa sin avisar. Pero sí, reconoció que su ayuda le habría sido muy útil, cuatro manos trabajan más rápido que dos. “En fin”, pensó, “antes o después tendré que empezar a cocinar.” Así que se puso a trabajar: puso el arroz a hervir, sacó de la nevera el pescado y las verduras, dispuso las algas sobre la mesa, abrió el paquete de sésamo… Todo listo. Mientras se cocía el arroz, pensó en cortar todos los ingredientes y filetear con calma el salmón y el atún (también quería preparar algo de sashimi). Pero le faltaba el cuchillo, el cuchillo que le habían regalado en Navidad, especial para preparar sushi. “Juraría que ayer lo vi en este cajón, con los palillos”, se dijo a sí mismo. Puso la cocina patas arriba mientras lo buscaba, pero tras media hora sin éxito, se dio por vencido. El cuchillo había desaparecido.

De repente Roberto recordó que dos días antes había visto a Esteban que hurgaba en el cajón en busca de algo. “Será una coincidencia”, pensó Roberto. Dejando los malos pensamientos en el estrato más profundo de la mente, Roberto volvió a la cocina y buscó otro cuchillo adecuado para preparar el sushi. Luego empezó a filetear el salmón y el atún con una maestría increíble. Por otra parte, Roberto era uno de los mejores chefs de Madrid, con una carrera profesional importante a pesar de su joven edad. “Quién sabe cómo va el partido de la Champions del Madrid” pensó. Entonces paró su trabajo, se movió al salón, encendió la televisión, y mientras estaba buscando el canal donde transmitían el partido… “¡Aquel es mi cuchillo!” dijo. En efecto, el noticiario estaba transmitiendo una edición extraordinaria para hablar de un atraco sucedido esa tarde en el Banco de España, en el centro de Madrid. “El ladrón llevaba un pasamontañas y tenía un cuchillo de cocina con el que ha herido gravemente a un dependiente del banco, que probablemente no quería dar el dinero al ladrón. El dependiente se encuentra muy mal” dijo la periodista. “No puede ser” pensó Roberto. Los malos pensamientos afloraron lentamente. “Esteban me habló de sus problemas pero me había asegurado que se habían resuelto” meditó Roberto. Estaba muy nervioso. Cogió el tabaco y empezó a liarse un cigarrillo. Estaba preocupado por su amigo. Encendió el cigarrillo y un instante después sonó el teléfono.
“¿Diga?” dijo Roberto. Nadie respondió y enseguida colgó el teléfono. Inmediatamente después, sonó el timbre. Roberto se acercó a la puerta y la abrió. Era Andrea. “Roberto, tu padre, Vito Laredo, llamado ‘El Quebraley’, ha sido asesinado”. Roberto se quedó inmóvil, sin decir una palabra, como si fuese una estatua.

Su padre… De repente empezó a repasar toda su vida por una sucesión de flash-backs: cuando tenía cinco años y se raspó las rodillas al caerse su padre estaba allí para consolarlo; el primer día de escuela: de nuevo la imagen de su padre le apareció delante de los ojos como si aún estuviera vivo; ¿Y cuando se diplomó? Estaba su padre que lo miraba lleno de orgullo. Vito siempre estuvo presente en su vida, un punto final, como un escollo al que agarrarse en los momentos difíciles ¿Y ahora? Ahora estaba muerto.
“Roberto, ¿cómo estás?” le preguntó Andrea que se había quedado ahí sin saber qué hacer para ayudar a su amigo; Roberto se reanimó por un momento, el tiempo necesario para preguntarle: ¿Sabes quién ha asesinado a mi padre? ¿Y quién te lo ha dicho?. Antes de que su amiga pudiese contestarle, el timbre sonó.
“¿Quién es?”
“Policía, señor”.
Cuando Roberto abrió la puerta se encontró delante a un hombre que medía 1,75 m. más o menos, delgado, canoso y muy serio; se presentó como el comisario José López. Le comunicó formalmente sobre la muerte de su padre; le dijo que el cuerpo había sido descubierto en un barrio periférico de Madrid, que le habían disparado y que todavía no se conocía al culpable aunque la policía estaba indagando. Después de que el comisario acabara de hablar, empezó a observar la reacción de Roberto a la noticia.
El comisario era un cuarentón cuyos tratos duros de la cara traicionaban un pasado difícil; tan difícil como fue la vida de Vito Laredo, siempre al margen de la ley pese a que, en fin, se reveló una persona muy honrada que, por amor de su familia, eligió renunciar a ese tipo de conducta para mirar serenamente a los ojos de su hijo y de su mujer. Su madre ¡Dios! ¿Cómo se lo comunicaría?
Mientras estaba abstraído en esos pensamientos, vio al comisario que iba por su cuarto y tocaba los objetos desparramados acá y allá. Su actitud había cambiado, se había convertido en un detective. La desesperación dio lugar a la rabia; ¿cómo podía aquel hombre irrumpir en su vida, justo en ese momento? ¿Cómo se permitía toquitear sus objetos personales? “¡Mi padre está muerto!”, habría querido gritarle a la cara, pero no lo hizo, se quedó allí mirando al hombre que de repente se bloqueó, se volvió hacia él y le preguntó a quemarropa:
“¿Dónde se encontraba usted esta mañana, digamos… entre las cinco y las seis y media?”.

“¿Acaso está sospechando que yo pueda estar implicado de cualquier modo en el homicidio de mi padre?”
“Soy policía, mi deber es el de no descuidar nada”.
“¡Es una locura! –se rebeló el muchacho–. Estoy seguramente en medio de una pesadilla. Comisario, por favor, déjeme en paz, mi padre está muerto…”
Durante toda la escena, Andrea se había quedado inmóvil, sin saber qué hacer; en fin parecía que todos, en ese momento, se hubieran olvidado de ella; decidió seguir callada, quizá era la mejor solución, no quería estar implicada en ese drama, ya tenía sus problemas.
El comisario se dirigió hacia la puerta pero de repente se paró, se volvió lentamente y miró a Roberto; había una luz extraña en sus ojos cuando le dijo:
“Lo olvidaba: ayer hubo un atraco en el Banco de España, quizás vio la noticia por la televisión. Hubo un herido que ahora está en graves condiciones. Sobre el arma del delito había huellas que el ordenador de la policía identificó como las de su padre. ¿Sabía que estaba fichado, no?”
Después de que dijera eso se fue y dejó a Roberto más turbado y desesperado que nunca. ¿Quién puede haber asesinado a mi padre y... dónde demonios está Esteban? Volvió a marcar su número de móvil pero estaba apagado; hacía dos días que no tenía noticias suyas.
“Bueno –dijo Andrea– ahora me voy, si necesitas algo, llámame” y salió.
Cuántos acontecimientos habían pasado en tan poco tiempo: su padre había muerto, Esteban había desaparecido y también el cuchillo... el regalo de Navidad que le dio su padre. ¿Qué hacía su cuchillo en un atraco en un banco? ¿Quién había usado? Pero antes había problemas más urgentes por solucionar: tenía que hablar con su madre, había que organizar el entierro de su padre y además hacía falta que alguien se ocupara del restaurante durante su ausencia.

El entierro de Vito Laredo fue un acontecimiento de importancia histórica; él era muy estimado por la gente de su barrio y parecía que todos se hubiesen reunido en ese pequeño cementerio, bajo la lluvia a cántaros en un día de octubre.
La madre de Roberto no había parado un instante de llorar y su hijo no sabía cómo consolarla, se sentía débil, echaba de menos a su padre, ¿cómo podría vivir sin él? Decidió reaccionar, miró alrededor en busca de Esteban: nada; Roberto estaba verdaderamente preocupado. Luego se dio cuenta de que, en medio del gentío, el comisario López estaba fijándose en él; desvió la mirada, no tenía fuerzas para hacerle frente porque se sentía demasiado vulnerable.

Al final de la ceremonia Roberto y su madre se dirigieron hacia el coche para regresar a casa; su madre acababa de subir al coche cuando el chef oyó que le llamaban: “¡Señor Laredo!”. Se volvió y el comisario se le puso delante: “Quisiera informarle de que esta mañana ha sido hallado el cuerpo sin vida del señor Esteban Díez en un piso de Valencia. El señor Díez fue torturado antes de ser asesinado. Sabemos que eran amigos e incluso vivían en la misma casa; mañana le espero en la comisaría, tengo que interrogarle, mientras tanto no intente dejar la ciudad: desde hoy usted está bajo el control de la policía y, sobre todo, no tome iniciativas personales”. Y luego el comisario se alejó, dejando al pobre joven paralizado, incapaz de reaccionar.

Al llegar a casa, Roberto fue inmediatamente a la cama, pero la noche fue inquieta y sin sueño. Los dos homicidios no podían más que estar conectados, y el trauma por la muerte de dos personas a él tan cercanas, fue sustituido por el miedo de que la victima sucesiva pudiera ser él. ¿Pero quién podía querer verlo muerto?

Al día siguiente, cuando se presentó en la comisaría, le dijeron que el comisario López había tenido que salir de prisa, y la breve conversación que tuvo con otro agente de policía se resolvió con unas banales preguntas sobre la vida de Esteban. Si esa conversación por supuesto no sirvió de nada a la policía, fue en cambio útil para Roberto para darse cuenta de una cosa: los policías eran unos ineptos totales y la única manera para descubrir lo que había sucedido a su padre y a Esteban era investigar personalmente sobre el caso.

Llamó por teléfono a Andrea, única persona en la que confiaba y que podía ayudarlo, y le pidió que fuera inmediatamente a su casa, y empezó a pensar en cómo podría llegar a Valencia, ciudad donde había sido encontrado Esteban, sin hacerse seguir por la policía, y en quién podría ser el verdugo que vagaba impune y que probablemente ahora estaba buscándolo.

Cuando llamaron al timbre, fue a la puerta tarareando: "Es una alcachofa cha cha chá, qué pena cha cha chá...". Se quedó muy sorprendido al no encontrar enfrente a Andrea, sino al comisario López. "¿Otra vez Usted?" dijo Roberto. "No se preocupe" respondió el comisario "esta es la última vez que nos vemos", extrajo rápidamente la pistola y apretó el gatillo. El proyectil atravesó la calavera del joven de parte a parte, y el cuerpo de Roberto cayó como un saco vacío. Lo que el chef no tomó en consideración en sus reflexiones sobre quién podría ser el verdugo era que él pudiera ser también el juez.

Cuando Andrea llegó, se encontró ante un espectáculo horroroso. La sangre cubría ya una gran parte del suelo, pequeños trozos de cráneo tachonaban la entrada del piso, el cerebro se había convertido en una asquerosa papilla amorfa, y la peste a putrefacción era ya inaguantable.
Andrea fue dominada por fuertes arcadas.

¿Qué pasa aquí? Andrea de repente se volvió y se quedó petrificada: el comisario López estaba frente a ella y observaba el escenario sin descomponerse demasiado.
-Yo, yo no lo sé comisario… he llegado ahora y he encontrado a Roberto así… muerto- dijo ella echándose a llorar.
-Eso también lo veo yo -contestó López- lo que me gustaría saber es por qué su querido chef está muerto; oiga... estoy casi seguro de que Roberto Laredo estaba de un modo u otro implicado en el asesinato de Esteban Arenales pero veo que él también es una víctima.

El policía caminaba por el piso, tocando objetos y mirando aquí y allá; al final de su pequeña inspección llamó a sus colegas para inspeccionar mejor el piso y dirigiéndose a Andrea sentenció que tenía que interrogarla. La situación era tan complicada que parecía una película policial. Esteban había sido torturado y asesinado, después el padre de Roberto también había sido asesinado y por último el pobre chef. Estaba claro que los tres delitos tenían una conexión.

Andrea estaba presa del pánico; no sabía qué hacer y tenía que calmarse para el interrogatorio, tranquilizarse... e inventarse algo. Al principio fue a casa y pronto sonó el teléfono….
“¿Dónde estás? ¡Menudo lío has armado, Lucas! ¡Esto es demasiado, no quiero hacer caso a tus ideas locas!”
“¡Cálmate hermanita! No es necesario que te preocupes, he pensado en todo….no quería matar a aquel chef pero él había descubierto el dinero de Esteban y quería llamar a la policía… en esta ocasión mi experiencia en el teatro valió para algo.”
“¿Qué quieres decir? ¿Te has disfrazado?.... ¿Y dónde estás ahora, Lucas? ¿Has matado también a Vito y a Esteban?... ¿Lucas me oyes?”
“Lo siento hermanita, tengo que irme…. Si todo sigue según los planes en un par de días podremos irnos lejos de España.”
“¡Lucas, Lucas!”

La pequeña comunicación y acabó dejando a Andrea más agitada que antes. Lucas no le había dicho mucho, las únicas cosas seguras que sabía eran que Lucas era un hábil actor y que tenía que esperar dos días. Entre tanto en la comisaría los policías estaban visionando la peli de una cámara que el comisario López había hecho esconder en el bloque donde se encontraba el apartamento de Roberto.
“¡Esto no es posible! -gritaron dos policías- ¡el comisario!”

Andrea estaba impresionada y tenía una expresión asustada por lo que su hermano le había dicho, pero empezaba a entender lo que Lucas había maquinado. Esteban y Luca habían sido cómplices del atraco sucedido en el Banco de España y de manera intencional habían usado los guantes para no dejar huellas sobre el cuchillo… Luca sahora tenía el dinero, 1.000.000 de euros, podría realizar su proyecto: irse a América y empezar una nueva vida en Nueva York.

En realidad ese proyecto tenía que ser de Lucas y también de Esteban, pero después del atraco Luca había pensado eliminar a Esteban… Representaba solo un obstáculo… Decidió entonces matarlo no sin antes torturarlo para saber dónde estaba situado el dinero. Estaba en el piso del pobre Roberto. Lucas había visto en la televisión un comisario, López, que hablaba de la muerte de Vito, el padre de Roberto. ¡Qué mejor ocasión para introducirse en el piso de Roberto sin ser reconocido? No fue difícil para él hacer un disfraz tan perfecto … Había que disfrazarse porque su relación con Roberto no era muy buena, porque Lucas había sido la causa del pasado turbulento de Esteban.

Así, sin levantar sospechas, Lucas se introdujo en el piso de Roberto y después de asesinarlo, se fue con el dinero. Pero no sabía de la cámara en el piso… Y así había metido en un lío al auténtico comisario. En realidad López ya estaba implicado… después haber consumado su deseo de venganza… su rival estaba muerto…

... (si no te gusta el final que vas a leer, no pasa nada: ¡tendrás otros alternativos!)

Lucas no se había dado cuenta de haberse metido en un juego más grande que él. El comisario, antes de entrar en la policía con un falso nombre, había sido un espía y había traicionado a su país. El único que podía reconocerlo era Vito, por eso él le había asesinado cruelmente. Lo que el policía no se imaginaba era que Lucas, de buen actor, se hubiera disfrazado de él para matar a Roberto y adueñarse del botín del atraco al Banco de Madrid.

El comisario fue arrestado por sus mismos colegas y no pudo defenderse para no traicionarse y no revelar su pasado. Lucas emigró a América y Andrea se quedó sola a llorar por sus amigos.

(quiero leer el final 2)

Historia 2

No era la primera vez que Pe se sentía así. No le gustaba experimentar esa sensación; ya debería de haberse acostumbrado, pero por desgracia, no. La aislaban, la criticaban, cuchicheaban sobre ella, y no solo a escondidas, sino casi en sus narices. Pero ¿por qué? No era un bicho raro, o al menos, no el único en su zona. El hecho de tener un solo ojo (de ahí el nombre Pe, de cíclope) la había convertido en el centro de todas las conversaciones, porque lo de poder mimetizarse con cualquier cosa, lo de leer las mentes ajenas, o lo de teletransportarse ya no eran una novedad. Lo suyo llamaba demasiado la atención, era demasiado evidente.

Decidió volver a casa por un atajo para esquivar las miradas ajenas, no tenía ganas de recorrer el camino de siempre.

Pe seguía pensando en la situación que tenía: no tenía amigos porque toda la gente la miraba como a una persona de la que estar lejos. Ella más veces había intentado establecer relaciones también con sus compañeros pero ninguno tenía ganas de hablar con ella quizás por miedo u otra cosa. Después de unos diez minutos de camino, pasó al lado de un bosque y oyó una voz que la llamaba.
Pe tuvo miedo, era una voz lejana y de mujer que seguía llamándola. Pe no comprendió de dónde venía aquella voz y empezó a andar por el bosque…
Cuanto más caminaba más se acercaba la voz. Llegó cerca de un lago y vio una imagen reflejada en el espejo de agua que no era la suya sino la de una mujer muy joven y resplandeciente que la llamaba.
Una vez tomado el coraje, empezó hablar con el hada del lago.
“Pe…” dijo el hada. “¡Al final he conseguido hablarte! He esperado mucho tiempo… En estos años muchas veces te habrás preguntado el porqué de tu aspecto, te habrás sentido diferente y parte de un mundo que no te pertenece. Si sigues todas mi instrucciones comprenderás muchas cosas.”
Pe no comprendía nada de lo que el hada le estaba diciendo. Ella creía estar en un sueño.
“No tengas miedo Pe” le dijo el hada. De repente, delante de Pe apareció una espada y el hada dijo: “Pe tienes que afrontar pruebas diferentes: primero con esta espada tienes que romper los espinos del denso bosque y una vez pasados estos, tienes que destruir a un monstruo de hielo. Al destruir al monstruo, aparecerá una llave. ¡Que tengas suerte!”. Y el hada desapareció.
Pe hizo todo lo que el hada le había dicho y con la llave encontró una nota: “Pe, con esta llave tendrás que buscar el árbol más grande y peculiar del bosque y allí descubrirás el porqué de esta misión...”

Pe no sabía qué hacer. Era una situación absurda. El bosque estaba lleno de árboles y no sabía dónde buscarlo. Ella, desmoralizada y asustada se sentó a llorar a los pies de un árbol. Pe se durmió con las lágrimas que caían.
Cuando se despertó un rayo de sol le iluminaba el rostro. De repente, Pe vio delante de sus ojos el tronco de un árbol que tenía algo extraño. Se acercó para ver mejor. ¡Pe no podía creer lo que veía! Sobre el tronco había un dibujo de un ojo y debajo aparecía una historia de una cabina espacial y al lado tres personas, y una parecía una niña, todos con un solo ojo. Pe comprendió todo. ¡Era su historia! Ella no era de aquel mundo. De ahí tanta incomprensión con respecto a ella. Ahora todo estaba más claro... pero ¿la llave? ¿Qué tenía que hacer con ella?
De repente Pe oyó un ruido. Se volvió pero no vio nada. Ella continuó mirando el dibujo y no prestó atención a eso. Después, otros ruidos entre las hojas. Pe empezó a tener miedo. Ya no tenía la espada. Rápidamente trepó al árbol. Pe temblaba como un azogado, cuando una extraña criatura salió de una mata. Era tan grande como una piña más o menos, con dos grandes ojos negros, una larga cola dorada y la piel blanca. Pe pensó que era un animal normal del bosque pero ella estaba equivocada. La pequeña criatura empezó a hablar:
- ¡No tengas miedo! ¡Solo quiero hablarte un momentito!
Pe respondió con voz trémula:
- ¿Quién eres?
- Soy Net, el jefe de una tribu de criaturas con capacidades especiales. No te preocupes... no quiero matarte, solo quiero ayudarte. ¡Bájate del árbol, por favor!
Pe se fiaba de aquella extrana criatura. Se bajó del árbol y se puso cerca de Net.
-¡Sabíamos que antes o después uno de vosotros habría vuelto!– dijo Net.
-¿Uno de nosotros? –preguntó Pe– ¿Has conocido a mi familia? …
-Claro que sí. Han sido tus padres los que me han enviado a la Tierra para buscarte. ¡No puedes imaginar lo contento que estoy de haberte encontrado! ¡Llevo diez años buscándote!- dijo Net.

Pe escuchaba atentamente y tenía muchas preguntas que hacer. Empezó :
- ¿Dónde viven mis padres? ¿Por qué yo no estoy con ellos?
- Espera, ahora te contaré todo lo que ha pasado- dijo Net-. Un día, tus padres, tus hermanos, tu y yo estábamos haciendo una excursión espacial y de repente algo horrible ocurrió. Durante el regreso, un meteorito golpeó la nave espacial, ¡dejándola completamente sin control! Lamentablemente tus hermanos y tú erais muy pequeños para entender lo que estaba ocurriendo. Tus padres tuvieron que meter a tus hermanos y a ti en una nave de emergencia y e intentar aterrizar igualmente en el planeta más cercano para luego arreglar la nave espacial y recogeros!

Pe, incrédula, preguntó:
- Yo... ¿tengo hermanos?
Net contestó:
- Sí, por supuesto, tienes dos hermanos, a los que todavía estoy buscando. Deberían de tener más o menos diez años; ¡uno se llama Seba y el otro Tiago!
- ¿Dónde estarán?- preguntó Pe.
- No sé, pero tengo razón para creer que están aquí en la Tierra ellos también!
- ¿Y mis padres? ¿Dónde están?
- Tus padres viven en un planeta cercano a donde vivo yo, por esos somos amigos... Ellos también te estarán buscando ahora!- respondió Net.

Pe se puso a llorar. No podía creer que en menos de un día hubieran ocurrido tantas y tantas novedades en su vida. Net abrazó fuerte a Pe y se le escapó una lágrima de felicidad.
- ¿Qué vamos a hacer para encontrar a mis hermanos?- preguntó Pe.
- Pues nos ayudará el hada que encontraste...

Los dos marcharon hacia el lago donde Pe había encontrado al hada. Pe y Net caminaban y charlaban tranquilamente, cuando, de repente empezó a llover muy fuerte y el cielo se puso negro. Entonces Net gritó: " ¡Tenemos que encontrar un refugio lo más pronto posible!”. "Rápido, por aquí! Creo que he encontrado algo" gritó Pe. Los dos entraron en una cueva. Apenas entraron, se dieron cuenta de que no era una cueva como las demás: estaba totalmente alumbrada y se veían por todos lados imágenes reflejadas ...

En el interior, la cueva era muy ancha y había en ella una claridad extraña y blanca. Era la luz de las piedras preciosas que, engarzadas en las paredes de piedra, resplandecían como si fueran estrellas: los diamantes, blancos y limpios como gotas de agua, las esmeraldas de un verde profundo; los zafiros semejaban grandes flores azules y los rubís parecían pequeñas llamas ardientes.

Pe y Net, ante de toda esa maravilla, no daban crédito a lo que veían y se quedaron boquiabiertos. Por todos lados había espejos oscilantes donde se veían imágenes reflejadas de Pe y su familia pero, cuando Pe intentaba acercarse, éstas desaparecían de repente tanto que al final quedó sólo una. "¿Qué significa todo esto?" se preguntó la pobre Pe. La imagen mostraba un candado dorado que cerraba la puerta de un palacio gigantesco.

"¿Y vosotros, quiénes sois?" gritó de repente una voz desde atrás. Pe y Net se giraron asustados y con gran sorpresa vieron a un duende con una barba muy larga y blanca. "Os he hecho una pregunta, ¿entendéis?" dijo el hombrecito. En seguida Net respondió "¡Perdone la intrusión, señor! Necesitábamos un refugio para la lluvia y hemos entrado aquí, pero no queremos hacer nada malo". Pe pensaba todavía en la imagen del candado y, dirigiéndose hacia el duende, dijo "¡Ojalá Usted pueda ayudarnos!". Pe empezó a contarle su historia: el hada, las pruebas, la llave, el árbol, el accidente que tuvo con su familia y la necesitad de encontrarla, el deseo de respuestas a sus preguntas...

El duende escuchaba atentamente cuando de repente explicó "Estos espejos tienen el poder de reflejar lo que deseamos con más ardor. El último que queda es el más cercano en el tiempo y en el espacio. El palacio de la imagen es lo que un gran escritor y poeta, Rubén Darío, llamó el «Palacio del Sol»: hay quien dice que nunca ha existido, otros afirman que muchos han partido para buscarlo pero nunca han conseguido encontrarlo, otros aún están seguros de su existencia pero no tienen idea de dónde está...Yo, personalmente, no lo sé, pero puedo conduciros ante el centenario Morgan, el más anciano y sabio de nosotros, aunque no estoy seguro de que nos acoja: no se muestra muy disponible desde cuando su discípula Noemí fue expulsada por haberse enamorado de un humano; ella era más que una hija para él". A pesar de esas palabras Pe todavía no había perdido la fe, al contrario, tenía mucha confianza en la magnanimidad del viejo sabio que portaba un nombre tan imponente y digno de respeto... ¡MORGAN...!

Así los tres empezaron su camino, andando a través de una muchedumbre de pasadizos estrechos y enrollados por las tinieblas y confiándose a la sola, débil luz de una lámpara de aceite. El duende no dejaba de repetir "¡Seguidme y fijaos en donde ponéis los pies! No os paréis por ninguna razón: ¡es muy fácil perderse en esta oscuridad!" repetía de vez en cuando. Después de unas horas llegaron delante de un portón que parecía demasiado grande para la dimensión de aquellas criaturas tan pequeñas. Pe estaba cada vez más atemorizada pero así y todo era su única posibilidad. El enano dio tres poderosos golpes en la puerta, que se abrió al instante como si hubiera sido abierta por una fuerza oscura y sobrenatural. "¿Es posible que la sabiduría del sumo Morgan llegue a tal punto...?". Así era, él ya lo sabía todo. "¡Entrad!" gritó, "¡no tengáis miedo!" añadió... Los tres avanzaron con pasos inciertos y titubeantes...

La puerta se cerró de repente y fragorosamente detrás de los tres, como si fuera imposible volver, así que Pe y Net se encogieron y cautamente se arrimaron la una al otro mientras recorrían un ancho pasillo; el aire estaba volviéndose tan irrespirable que se preguntaron, asustados, si aquel sitio era todavía la Tierra o quizás otro planeta desconocido.

En cuanto consiguieron salir del pasillo, frente a Pe y Net, en la niebla, empezó a entreverse un pueblo muy pequeño, campesino, habitado por criaturas muy raras, aunque a primera vista bastante amistosas y afables, y donde la naturaleza parecía seguir un propio ritmo, con respecto del progreso tecnológico al que Pe estaba acostumbrada.

Allá, en un castillo, rodeado por sobrias murallas y que destacaba del ambiente por su aire retrospectivo, los esperaba Morgan, el sabio jefe del pueblo, quien, al verlos, parecía casi ansioso y demasiado afanoso por acogerlos: “¡Bienvenidos!” dijo el viejo canoso esbozando una sonrisa “Acércate, Pe” declaró, con un rostro paterno y un actuar cariñoso y acogedor. “¿Lo ves?” dijo enseñándole los alrededores desde la ventana “Aquí todos tenemos algo extraño, algo que, si bien deforme, nos califica e identifica y por eso no hay razón por la cual mofarse. Aquí estás como si estuvieras en tu casa. Los seres humanos nos relegaron, hace mucho tiempo, a este rincón apartado, destruyendo y explotando una tierra que también nos pertenece: demasiado tiempo ya ha pasado para que sigamos callando frente a estos atropellos. Te ruego que pienses bien en lo que has tenido que aguantar y padecer durante demasiado tiempo – risas, críticas, soledad – ya que éste probablemente sea el momento oportuno para que nos venguemos ¡De una vez por todas! Pero ahora descansa y come cuanto quieras. Mañana hablaremos.”

Ante a aquellas palabras Pe se quedó trastornada. Quizás ella no podía leer las mentes ajenas, y era obvio que dos ojos veían mejor que uno, pero la atormentada y angustiosa experiencia de aislamiento que ella había aguantado, a lo largo de su tierna edad, le había conferido el don de observar e interpretar profundamente la sinceridad de las personas. Algo no la convencía.

Entre tanto Net y ella, después de comer abundantemente, habían sido conducidos al cuarto de los huéspedes, en un ala abandonada y lejana del castillo. Una corazonada levantó a Pe de la cama: de hecho comprobó que las puertas habían sido cerradas: “¡Net!, ¿qué haremos?” le preguntó asustada, cuando, de repente, oyó una voz flébil pero familiar detrás de la puerta: ¡era el hada! “¡Pe!” dijo el hada “No te preocupes, ¡te sacaré de ahí!, usa la llave que te di en el bosque”. En aquel mismo instante, en otra habitación, Morgan paseaba excitado e impaciente; una voz procedente de la puerta silbó: “Está todo listo para mañana, señor”. “¡Bueno!” contestó el brujo carcajeándose.

Pe empezó a buscar la llave por todas partes pero no la tenía en ningún sitio. Net le preguntó si no la tenía en el bolsillo de los pantalones, mas la llave tampoco estaba allí. De nuevo, ella no sabía qué hacer porque estaban encerrados en aquella estrecha habitación. De repente Pe recordó que había oído un ruido mientras estaban andando desde el bosque hasta la cueva con las piedras preciosas y entendió que había perdido la llave allí.

En el cuarto había solo una ventana muy pequeña con barrotes de hierro y Pe no podía atravesarlos. “¡Ojalá pudiera pasar!” dijo Net. “¡Qué buena idea! Pero tienes que darte prisa porque ya es de noche” respondió Pe. Net subió a los hombros de Pe y salió por la ventana. Afortunadamente la habitación estaba en el primer piso y por eso Net pudo saltar sin ningún problema.

Apenas levantó la mirada vio mucha gente de aquel extraño pueblo que estaba trabajando y transportando muchas jóvenes mujeres encadenadas en una cueva desde la que se oía un ruido de bestia feroz y desde la que salían llamas de fuego. Net deseaba estar allí para entender lo que ocurría en aquella cueva pero recordó que tenía que encontrar la llave para liberar a Pe y por eso empezó a caminar por el palacio en busca de aquella puerta desde la que habían entrado algunas horas antes. Por fin, después de una hora, encontró la puerta pero delante de ésta había dos guardias y no sabía cómo pasar; solo tenía que hacer una cosa: esperar el cambio de guardia. Inmediatamente después llegó Morgan y empezó a hablar con los guardias y en aquel momento Net logró salir del palacio.

Recorrió todo el camino hecho y encontró la cueva con las piedras preciosas y en el suelo estaba la llave de Pe. Net estaba muy contento y quería llevarla enseguida a Pe. Pero antes de regresar al palacio entró en la cueva para descansar un poquito. Él no podía creer lo que veía, había un chico que se parecía mucho a Pe y Net no tenía dudas: era el hermano desaparecido de Pe.

Y así era. Se trataba de Tiago, el hermano mayor de Pe. ¿Pero cómo consiguió encontrarlos? ¿Qué fue lo que le condujo hasta la cueva?… A Net le tocó la duro tarea de contarle todos los hechos y explicarle a Tiago que Pe fue había sido atrapada por Morgan y que él había sido enviado para hallar la llave perdida.

Mientras, en el castillo, una visita de control a la habitación de Pe hizo descubrir a los guardias que Net había huido; así, para atrapar al fugitivo, Pe fue trasladada a la habitación de la torre y Morgan, a escondidas de Pe, mandó poner una trampa para Net en la vieja prisión. esde la ventana de su nueva celda, Pe contemplaba el horizonte, esperando que su amigo volviera con buenas noticias.

Durante el viaje de regreso, Net volvió a contarle todo detalladamente a Tiago, pero no supo el motivo por el que él estaba allí. “¿Cómo has llegado aquí?” le preguntó. Y Tiago respondió: “Sabía que podía hallar a Pe, porque sentí que estaba en peligro, y con un barco construido con mis manos, el instinto me condujo hasta aquí, pero solo he llegado hasta la gruta, ¡donde no he encontrado a nadie!” “Entonces, ¿has seguido la llave? Sólo has llegado hasta dónde estaba la llave” le dijo también Net. “¡No sé!”, contestó Tiago pensativo. Juntos llegaron a la de conclusión que el hada era el medio de comunicación entre Pe y su familia lejana: la llave donada a Pe era su señal distintiva, y con ella, la nave de Tiago logró encontrarla.

Para huir de la trampa, Net y Tiago tenían que maquinar algo que pusiera en dificultades a los guardias que vigilaban la torre donde había sido desterrada Pe. Además, todavía quedaba por conocer el motivo de su secuestro.

... (si no te gusta el final que vas a leer, no pasa nada: ¡tendrás otros alternativos!)


Durante el trayecto hacia el castillo, a Net le volvían las imágenes brutales de las llamas de fuego que salían de la cueva y la preocupación aumentaba. Net temía lo peor, pero procuró mantener la calma para no asustar al pobre Tiago. De todos modos había que darse prisa y liberar a Pe.

Cuando llegaron al castillo Net condujo a Tiago a la habitación donde estaba encerrada Pe, sacó la llave del bolsillo y, entusiasta, abrió la puerta. Con gran decepción la prisión estaba completamente vacía. Los guardias se habían enterado de que Net había huido y seguramente estaban esperando su regreso al castillo. Net y Tiago recorrieron todas las habitaciones del castillo sin hacer ruido pero no encontraron a nadie. Estaban a punto de perder la esperanza cuando, de repente, oyeron una voz débil que pedía ayuda desde la ventana de la torre. Los dos acudieron a la torre pero vieron dos guardias que vigilaban la habitación donde Pe estaba encerrada. Había que buscar otra solución, así que cogieron una cuerda, la lanzaron hacia la ventana y Pe logró bajar y huir de la prisión sin ser vista por los guardias.

En cuanto Pe se enteró de que el chico frente a ella era su hermano Tiago, rompió a llorar y se estrecharon en un largo abrazo. ¿Ahora cómo podían avisar a sus padres y dónde estaba el hermano menor Seba? Fuera del castillo encontraron al hada que les indicó el rumbo para llegar al lugar donde estaba el pequeño Seba. Net, Pe y Tiago siguieron las indicaciones del hada, llegaron a una cueva donde estaba el niño y finalmente, después mucho tiempo, los tres hermanos pudieron reunirse.

No quedaba más que avisar a los padres, los cuales vivían en otro planeta. Seba se acordó de que, a lo largo de todos aquellos años, había conseguido arreglar la radio transmisora de la nave espacial con la que sus hermanos y él aterrizaron sobre la Tierra. Por lo tanto, Seba los condujo a la nave y lograron transmitir ondas sonoras que fueron recibidas por la nave espacial de sus padres. Después de algunos días de espera, ellos llegaron a la Tierra y todos juntos volvieron sanos y salvos a su planeta de origen.

(quiero leer el final 2, el final 3)

Historia 3

Las siete. Volvía a llegar tarde. Pero daba igual. Iba a buscar a su prima Lorena, tenían que quedar para la manifestación del día siguiente. Llamó al interfono, le abrieron y subió por las escaleras de dos en dos para hacer algo de ejercicio. Lorena no estaba en casa, acababa de bajar al súper.
- Hola tía, ¿qué tal andas? Venía a ver a Lorena, había quedado con ella para hablar de lo de mañana.
- ¿Lo de mañana? ¿Qué es lo de mañana?
- Sí, lo de la manifestación en el centro, ya sabes…
- ¡Otra vez estamos con esas! Lo que vosotros llamáis manifestación no es más que salir a la calle a pasear, a armar jaleo, para saltaros las clases… una simple excusa para no dar un palo al agua, como siempre… ¡El 68! ¡Eso sí que era movilizarse! ¡Eso sí era manifestarse por una causa justa! Los jóvenes de hoy ya no sois como los de antes…

Ya estaba mi tía Carmen otra vez con la misma historia: que si el 68 fue un gran año, que si no tenemos ideales, que si no nos importa nada… Temblaba cada vez que iba a su casa por miedo a que me soltara el rollo de siempre. Y es que desde que se quedó viuda tenía mucho tiempo libre y le apasionaba sermonearme y contarme batallitas. Pero a mí me daba rabia oír esas cosas, me sacaba de quicio. Porque no tenía razón. Para nada.

Así, esperé a mi prima para hablar mejor de la manifestación. También esta vez mi tía tenía que quejarse de nuestras iniciativas, y a nosotros nos tocaba demostrarle nuestras plausibles razones: el parque municipal no podía ser cerrado por los intereses económicos de las empresas.
El día siguiente, como acordamos, quedé con Lorena y algunos compañeros nuestros para ponernos en marcha a lo largo de la ciudad hacia el ayuntamiento.

Desde el primer momento fui sorprendida por la gran cantidad de gente que vino: desde nosotros, los estudiantes, hasta los ciudadanos más ancianos, todos juntos para reivindicar nuestro derecho a tener todavía nuestro punto de reunión, nuestro trozo de verde y de naturaleza, aunque pequeño y quizá sólo simbólico en el caos urbano.

El desfile de manifestantes comenzó a las diez en punto causando el embotellamiento del tráfico, entre los quejidos de los conductores y la irritación de la policía municipal que intentaba controlar la manifestación y regular el tráfico al mismo tiempo. Había más de 500 personas, delante estábamos nosotros, los jóvenes, seguidos por mujeres, abuelos con sus nietos, etcétera. Todo iba lo mejor posible, Lorena y yo ya pensábamos en el rostro de tía Carmen cuando nos viera filmadas por la televisión local en las primeras filas de la manifestación. Pero desafortunadamente aún era demasiado pronto para cantar victoria.

Entre mis compañeros también estaba él, Pepe. Me gustaba desde hacía años, desde siempre prácticamente, y aquel día también era una buena ocasión para declararme finalmente.
Él estaba detrás de mí, por debajo del humo de los porros. Me di ánimo y ralenticé mi paso para acercarme a él. Me saludó y me ofreció su porro. Yo nunca había fumado, pero acepté. Me dio el ataque de la tos de quien lo hace por primera vez. Entonces Pepe sonrió y me dijo: “Veo que todavía eres inexperta. Ten esta bolsita, es mi regalo para ti. Te gustará con el tiempo.” Yo no podía creer que me dirigiese la palabra, no pensé en nada y puse el paquete en mi bolso. Nunca habría considerado la presencia de los perros policía, que habrían llegado al cabo de poco ...

Caminábamos juntos desde hacía unos minutos y, sin embargo, no lograba encontrar nada bonito que decirle a Pepe. La cosa singular, y terrible, era que, a pesar de los alborotos y los gritos de los manifestantes, los claxon de los automovilistas enfurecidos y los silbidos de los policías, me parecía estar ensordecida por un embarazoso e infinito silencio, que envolvía a Pepe y a mí en una nube de miradas huidizas.

Más de una vez me vino la tentación de hablar, absteniéndome a tiempo para no expresar interesantísimas exclamaciones sobre el fantástico sol que resplandecía en aquella soleada tarde de primavera. Podría ofrecerle un helado pero… ¿cómo se lo pregunto? ¿Y si es alérgico? ¿Y si me dice que no? Pensará que soy una estúpida: camino junto a él desde hace media hora y la única cosa que he logrado hacer es medio ahogarme con un porro… pero, bueno…

-¿Te apetece un helado?
-¿Por qué no? hay una heladería fantástica justo al otro lado de la calle...
-¿Y qué sabores prefieres?
-Elige tú... tus preferidos...- dijo y una mirada maliciosa me puso roja precisamente como la fresa de mi sabor preferido.

Vale, el primer paso está hecho, ahora sólo tengo que elegir tres sabores... Le conquistaré por el estómago, precisamente como hay que hacer según lo que dice tía Carmen (que en cuanto a manifestaciones no entiende nada, pero con los hombres siempre sabe cómo comportarse). Primero el helado, luego las palomitas en el cine y entonces quizá me invite a cenar...

Una voz enfurecida rompió mis frágiles sueños de gloria. "¡Eh! ¿Qué hacéis? ¡Domingueros! Se paran cuando quieren y como quieren…". Me paré estupefacta en medio del cruce peatonal, mientras del interior de un taxi, que transportaba a un hombre de semblantes orientales visiblemente desesperado, bajó el chófer y se acercó a un coche oscuro y deportivo cuyo ocupante, bajada la ventanilla, hablaba a una señora de media edad que caminaba en cola entre los manifestantes con un niño de tres o cuatro años entre los brazos. No logré ver bien el rostro del responsable del enojo del taxista, pero sonreí al pensar en lo que esa parada fuera de programa habría hecho subir el precio del taxímetro. Le oí gritar: “¡Loco! El día que hagan bailar a los idiotas tu no formarás parte de la orq….”. No acabó la frase. O quizás no tuve bastante tiempo para oírla.

Distraída por la escena me había detenido en mitad de la calle mientras el semáforo se había puesto rápidamente rojo, pero yo sólo me enteré de ello cuando oí el ruido de un frenazo y luego sentí un fuerte golpe en las piernas y fui lanzada unos metros lejos. Un automovilista había pasado regularmente con el verde y, al verme, había frenado inútilmente hasta que, dándose cuenta de que no podía parar, había virado, acabando en el otro carril demasiado tarde para evitarme, pero con suficiente tempestividad para no hacerme demasiado daño.

La primera cosa que vi al volver a abrir los ojos, empañados por el fortísimo dolor en una pierna, fue el rostro de un joven policía al cual había visto poco antes en el medio de la manifestación. La segunda fue el de su compañero: ojos oscuros, nariz alargada, dientes blanquísimos... y el famoso olfato de los pastores alemanes para las sustancias poco recomendables…

El policía me preguntó algo que no conseguí entender, probablemente quería saber cómo estaba. La cabeza me retumbaba cada vez más fuerte, y el dolor punzante en la pierna no me permitía moverme.

La muchedumbre había acudido para ver lo que había pasado, y las voces entrecortadas de la gente alrededor de mí me resonaban en los oídos. Me hicieron falta unos segundos para darme cuenta de la situación y de por qué aquel perro de repente había empezado ladrar, pero el dolor todavía era demasiado fuerte para reaccionar. Me quedé inmóvil, y mientras la ambulancia se acercaba ensordeciéndome aún más, entreví con el rabillo del ojo un segundo policía que toquiteaba mi bolso. Los de la ambulancia llegaron y, tras tranquilizarme diciendo que no me había hecho mucho daño, me llevaron a urgencias.

Aquí estaba, en una cama de hospital esperando ser escayolada, con Lorena y sus amigos delante de mí, y un equipo de policía impaciente fuera de la habitación. Ahora la cabeza había dejado de retumbarme, aunque las punzadas en la tibia no me daban tregua.
- ¿Qué piensas hacer ahora?”- me preguntó Lorena visiblemente preocupada cuando le conté lo que me había pasado.
- La verdad, no lo sé...- suspiré. -Estoy cansada y no tengo ganas de pensar en nada. Además la policía ya habrá llamado a mis padres dado que soy menor...
- No te preocupes, he telefoneado a mi madre hace cinco minutos, me ha dicho que tus padres todavía no están en casa y que viene cuanto antes para hablar con la policía; después hablará con ellos y les explicará todo- me tranquilizó mi prima. Después añadió: Lo importante es que estés bien, de una manera o de otra te sacaremos de esta situación, sólo tenemos que convencer a la policía de que ha sido un malentendido.

Me hundí en la almohada, cerré los ojos y emití un profundo suspiro. Estaba un poco recobrando fuerzas, cuando de repente abrí los ojos y pregunté desorientada: “¿Dónde está Pepe?” Lorena bajó la mirada y después de un momento de vacilación me respondió a media voz: “No lo sé... Cuando hemos llegado ya había desaparecido...”

Los días, en aquella habitación de hospital, transcurrían con lentitud. Mis pensamientos seguían haciéndose más pesados, como si una nube negra oscureciera constantemente el cielo de mis dieciocho años. Lo paradójico era que mis preocupaciones no se referían a mis condiciones físicas o a la vicisitud con la policía, sino a Pepe. ¿Dónde podía haberse ido? ¿Por qué se escapó así, sin decir una palabra? ¿Y por qué no venía a verme? Entristecida y casi segura de que a él no le interesaba nada de mí, caí en un sueño profundo y reparador.

Después de una semana de ingreso, los médicos decidieron darme el alta. Mi pierna estaba mejor y las fuerzas habían vuelto; pero, desafortunadamente, mis problemas todavía no habían terminado. La policía quería explicaciones y mis padres también.

Tía Carmen y Lorena habían intentado explicar a los oficiales que se trataba de un malentendido, pero no lograron convencerlos. El motivo de la acusación con respecto a mí estaba claro: posesión de sustancias estupefacientes para uso personal. La ley previó para mi caso una multa conspicua y la obligación de someterme periódicamente a análisis de sangre y orina para probar que ya no consumiera drogas; con un poco de suerte había logrado no ser enviada a la cárcel.

De todas formas mis padres estaban muy enfadados conmigo. No conseguían comprender cómo una chica respetuosa y tranquila, como yo siempre había sido, había podido meterse en un lío tan grave como ése y frecuentar personas tan deshonorables como Pepe, que no era más – en sus opiniones – que un drogadicto. Intenté justificarme afirmando que la atmósfera de la manifestación me había envuelto y que Pepe era un buen chico, pese a su vicio de fumar. Ellos no atendían a razones y me dijeron que tenía que olvidarme todas "estas tonterías" sobre el parque porque no podía pensar en que fuese posible cambiar el estado de las cosas con la fuerza de mis ideas y, al final, añadieron la prohibición de salir de casa hasta nueva orden. Al oír aquellas palabras noté que el enfado crecía dentro de mí: no podía soportar que ellos, tan apegados a sus hipócritas seguridades, pudiesen poner en tela de juicio mis ideas. Ellos se habían resignado a las injusticias de un mundo que sufrían cada día más pasivamente. Por primera vez en toda mi vida encontré la fuerza para decírselo todo y me fui a la calle, dejando tras de mí la puerta de casa.

Tenía que aplacar la rabia y así empecé a andar y andar. La ciudad me parecía dormida: solo se oía el ruido de los ferrocarriles desde lejos y el aire, en aquella noche de primavera, olía a álamos y a chamusquina. Me paré delante del ya célebre parque y pensé que al cabo de pocos días habrían empezado los trabajos para edificar el área: nuestra manifestación se había revelado inútil y probablemente en lugar de esta zona de naturaleza habrían construido el enésimo centro comercial de la ciudad. Nuestras existencias estaban enjauladas en un desarrollo tecnológico que seguía destruyendo los espacios de sociabilidad.

Después de unos minutos me repuse andando, pero los pinchazos en la pierna habían vuelto, así que me vi obligada a coger el primer autobús que pasaba por allí. Su destino era la estación de trenes, pero no me importaba: lo importante era estar lejos de mi casa y, sobre todo, de mis padres. Al llegar a la estación entré un momentito en una tienda para comprar una bebida: elegí una naranjada y salí de la tienda mientras la radio transmitía "Life on Mars", una maravillosa canción de David Bowie: me hacía ilusión confundirme con las palabras de esta canción, que contaba la historia de una chica que escapaba de un mundo de consumo con la fantasía. Me gustaba muchísimo el trozo un poco extraño en el que "Mickey Mouse se convierte en una vaca lechera".

Cuando terminó la canción di una rápida mirada a la sala de espera y allí, en un rincón escondido, vi lo que nunca habría podido imaginar ver: Pepe, rodeado por tres jeringuillas, estaba allí, solo, con los ojos como platos. Sin lugar a dudas había tomado drogas duras. Me acerqué a él y, no sé cómo, me reconoció. Empezó, con un hilo de voz, a quejarse de su vida: "Ayúdame, María, yo sé que tú eres una chica maravillosa y puedes sacarme de esta situación. Desde hace unos meses he empezado a usar drogas duras para no pensar en mi existencia infeliz: mi padre, alcalde de la ciudad y director de la empresa que quiere destruir nuestro parque, es una persona horrible, que piensa solo en el dinero, que nunca me ha demostrado un poco de cariño. Ya no podía soportar su indiferencia, su desprecio con respecto a mi pelo largo, a la música que me gusta tocar, a mis ganas de ser diferente de él. Así ahora llevo esta vida y me mato con las drogas. Ayúdame, María, sácame de esta situación. Siempre he pensado que tú podías ser la chica idónea para mí".
Yo no sabía qué decir. Era la situación más difícil de toda mi vida, pero era la única ocasión que teníamos para salir de aquella vida triste y aburrida. Decidí revelar el sentimiento que siempre había escondido por el miedo a no gustarle: "Pepe, comprendo tu situación. Yo también quiero salir de la sordidez de este mundo, de la pobreza moral que nos rodea. Juntos, aunque con poco dinero, podremos ir de viaje, cambiar de ciudad. Encontraremos un trabajo y al mismo tiempo estudiaremos y haremos lo que más nos apetece: tocar nuestra música preferida, por ejemplo. Juntos lograremos crear nuestro pequeño mundo perfecto".

Al decir estas palabras, gesticulaba muchísimo, así que la naranjada se me cayó y se derramó por el suelo.

“¡Vale!” dijo Pepe, “sabía que me habrías ayudado en esta situación tan difícil y complicada de mi vida. Al principio tenía muchísimo miedo de hablarte porque pensaba que podrías verme como un pringado y por lo tanto me ponía contigo como un chico que no tiene miedo de nada. Quería ser, a tus ojos, un chico fuerte y no te he dicho la verdad sobre mi vida, ¡perdóname! ¡Escapémonos de esta vida tan aburrida!; nos espera una vida nueva sin problemas, una vida en la que existiremos solo tú, yo y nada más”.

Me pregunté quién era el chico frente a mí. ¿Dónde se había ido el Pepe que conocía yo? El Pepe que luchaba para resolver las injusticias sociales, él que no tenía miedo de nada, él que sabía cómo convencer a la gente parar cambiar las cosas que no iban como deberían o como él quería. Quizás aquel Pepe nunca había existido, era solo una creación de mi mente. Comprendí que lo que había dicho no era en realidad lo mejor que hacer. No se pueden resolver los problemas escapando; ¡no!

Busqué dentro de mí el coraje que nunca había encontrado antes y le dije: “Quédate Pepe, ¡quédate! No es así como se resuelven las cosas, ¡no! Aunque nos escapemos de este lugar, el parque será destruido y no habrá nadie que luche para que no se construya el centro comercial. Y si nos vamos de aquí, encontraremos siempre algunos problemas frente a nosotros, ¿no crees? ¿Y qué haremos en ese caso? ¿Seguiremos escapando? Lo siento Pepe pero ¡no! Tenemos que luchar y eso sí lo haremos juntos tú y yo. ¡No tengas miedo! Hay solo una vida y no se vive si no se lucha para obtener lo que se quiere”.

Pepe se quedó inmóvil en un primer instante pero después me miró. Sonreía de una manera que me hacía muy feliz. Vi en su cara y sobre todo en su mirada que mis palabras le habían dado la fuerza para comenzar una nueva vida. Comprendía, del fuego que vi en sus ojos, que ahora tenía ganas de luchar y después, lo que más me gustaba, quería intentar hacerlo conmigo. Sus ojos me hablaban y eran sinceros, en realidad él era un chico especial aunque a causa de sus amigos, que lo ponían como líder que siempre sabía lo que hacer y cómo hacerlo, tenía que encajar en los modelos que él también despreciaba. Era, en cambio, un chico inseguro, cariñoso y modesto que se comportaba como un chulo para esconder su inseguridad y sus problemas con su padre. Pero al final los problemas habían salido a la luz del sol y no se pueden sino resolver, y yo tenía ganas de ayudarlo, aunque fuera muy difícil yo sabía que él se fiaba de mí y eso me daba una gran fuerza.

Pero los problemas que surgían ante mí eran demasiados. El primer problema era Pepe y su dependencia de las drogas, porque no bastaba con tener ganas de dejar de pincharse, era necesario que también su cuerpo pudiera sobrevivir sin aquellas sustancias. Por lo tanto pensé en buscar un sitio donde hubiera alguien que pudiera ayudarnos y sobre todo que pudiera aconsejarnos sobre lo que era necesario hacer. Fuimos a un consultorio donde encontré a una doctora que nos ayudó y que nos explicó lo que era necesario hacer. Lo mejor sería que Pepe fuera a una comunidad de recuperación para toxicómanos, pero yo no quería dejarlo en un sitio tan feo y solo, sin amigos y sobre todo sin mí y tan lejos de mí. Por lo tanto lo habría ayudado yo sola. Las crisis no tardaron en llegar los días siguientes.

Cuando las crisis llegaron no fue fácil controlar a Pepe, que gritaba, lloraba y vomitaba por la abstinencia de las drogas. Yo sufría cada vez más, al verlo de esa manera. Pero después de algunos días en los que me quedé junto a él en una vieja casa abandonada para que pasaran sus crisis, su estado físico mejoró muchísimo. Comprendí que era un chico fuerte si había alguien que le daba seguridad. Yo lo hice como si nada aunque algunas veces fue difícil. Pero lo difícil era también buscar cada día una nueva mentira que contar a mis padres para que no me preguntaran dónde iba y con quién. Después de lo que había pasado en la calle el día de la manifestación, el accidente y todo lo demás, no tenía un momento de tregua. Mis padres me controlaban casi siempre para que no hiciera otras tonterías. Y no sé cómo, pero todo salió bien porque mis mentiras fueron bien dichas. Quizás me ayudó un poco el curso de teatro al que asistí algunos años antes en mi escuela.

Me maravilló la fuerza que Pepe tenía; creo que aquella fuerza llegaba del plan que nosotros dos estábamos creando para que el proyecto del alcalde, el padre de Pepe, no se realizara. Al principio pensamos en muchísimas acciones, demasiado estúpidas, que pero no resultaban realizables. Por ejemplo, mandar algunas cartas amenazadoras enviadas por la mafia china que tenía una sede en la ciudad. Habíamos pensado inventar que la mafia china de los Chinchaoang necesitaba aquel parque porque tenían que conducir todo el tráfico de drogas y otras mercancías ilegales que llegaban de China. Pero nos resultó un poquito extraña como motivación para que no se construyera un centro comercial en el parque porque el centro comercial también habría sido un lugar donde se podían hacer aquellas cosas. También había muchísimos otros motivos de los que me avergüenzo hablar (y sobre todo no voy contarlos para que los lectores sigan leyendo esta historia). Pero, después de algunas ideas muy tontas una gran idea llegó a mi mente...

¡Sí! Aquella podría ser una idea maravillosa para salvar nuestro parque. La mirada de Pepe, los últimos días y todos los problemas que habíamos afrontado juntos me habían inspirado... "¡Pepe! El parque, nuestro parque, tiene que transformarse en un lugar donde las personas y los jóvenes con problemas como los tuyos puedan encontrarse, hablar e intentar resolverlos”. Pepe me miró feliz, aunque su mirada se volvió preocupada” ¿Pero qué podríamos hacer?”.

En primer lugar decidimos llamar a Lorena y organizar un encuentro con todos los amigos y todas las personas que habían participado en la manifestación. Fue un éxito, todos hablaron e hicieron propuestas... Algunos propusieron pedir la ayuda de los médicos del consultorio para organizar encuentros, otros propusieron actividades divertidas para los jóvenes... Al final empezamos escribir una carta al alcalde, el padre de Pepe, para explicarle la situación y nuestros proyectos.

Después del encuentro, tenía otra cosa que decir a Pepe: “Tienes que hablar con tu padre, Pepe. Tienes que explicarle tu situación y tus problemas...Probablemente si tú le hablas de tus problemas tu padre comprenderá nuestras razones y quizás nos permitirá realizar todo esto”. Pepe me miraba preocupado, pero me dijo “Lo sé, debo hablar con él y contigo podría hacer todo… No me dejes”.

Aquella noche no dormí, pensé todo el tiempo en el encuentro con el padre de Pepe... Por más que intentase imaginar cómo habría podido ser, nunca habría imaginado lo que habría pasado...

Al día siguiente me levanté, desayuné y pasé a recoger a Pepe. El chico se había puesto muy nervioso: no sabía qué decir a su padre. Yo lo tranquilicé: “No te preocupes, Pepe. Estoy aquí contigo y si hace falta, hablaré yo también con tu padre”. “Gracias. Significa mucho para mí”.

Llegamos al Ayuntamiento y preguntamos dónde estaba el alcalde. Su secretaria reconoció a Pepe como el hijo del alcalde y nos dejó entrar en su oficina. La oficina era muy grande, con paredes de un rojo tan encendido como el rostro del hombre que estaba sentado al escritorio frente a nosotros.
“Hola, papá”, dijo Pepe.
“Hola, hijo” respondió el alcalde. “¿Qué haces aquí?”
“Tengo que decirte algo” empezó Pepe.
“Si quieres dinero, sabes que puedes pedirme lo que quieras” le interrumpió el hombre y empezó a coger un talonario.
“Perdone, señor Rodríguez, pero su hijo quiere decirle algo importante. Sólo quiere que su padre acceda” dije y miré sonriendo a Pepe.
Pepe tomó coraje y todo lo que tenía en el corazón salió de golpe: “Pa, en estos años no he pedido nada excepto tu aprobación y tu cariño, sobre todo después de la muerte de mi madre. Pero tú sólo has pensado en tu trabajo y en tus estúpidas ideas retrógradas. No te has esforzado por comprender mi punto de vista”.

Vi que iba a empezar a alterarse y me puse a lado de él, cogiéndole de la mano. Su padre se enfadó: “¿Tú piensas que mi ideas son estúpidas? Yo soy el alcalde, la persona más apreciada por la gente. Mis ideas son las ideas de la gente. Y tú eres sólo un pobre estúpido y un drogadicto. Luchas por las causas perdidas como ese parque en el centro…”
“El parque puede ayudar a mucha gente, señor Rodríguez” le interrumpí “puede ayudar a gente como su hijo que no tiene padres que le ayuden. ¿Por qué no podéis superar vuestras incomprensiones y volver a ser padre e hijo y no alcalde y chico rebelde? Es difícil, pero podéis hacerlo”. El alcalde me miró como si fuera la primera vez que pensara en estas cosas y dijo…

.......

“Mira a esta chica Pepe, ya lo sabes que será la enésima persona a la que harás sufrir, nunca has terminado nada en tu vida, los legos cuando eras un niño, la escuela secundaria y ahora que sólo eres un joven piensas que yo tendría que cambiar de política respecto a nuestra ciudad, cambiar mis ideas y no mantener mis promesas… pobrecito”.

Pepe se puso rojo por el nerviosismo que tenía en su cuerpo y en su ánima, me miró con aquellos ojos que me hicieron enamorar 10 años atrás y me dijo: “Habla tú con el alcalde, yo tengo que salir para pensar un poco”. No podía contradecirlo ante su padre y acepté. Pepe salió del despacho, yo me puse a hablar del parque y de su hijo con el alcalde, que sólo intentaba convencerme de olvidar a Pepe y de que yo solo estaba perdiendo el tiempo. Si antes tenía pocas esperanzas, él ya las estaba destruyendo todas, por lo tanto me despedí y salí en busca de Pepe.

Después de haberlo buscado por todo el ayuntamiento sin resultados, volví a casa, donde mis padres me esperaban para el interrogatorio diario. Conté lo que había pasado con Pepe y su padre, lo que me pasaba por la cabeza sin parar de pensar en él, ¿dónde estaba?, ¿con quién se quedaba?, ¿qué estaba haciendo? Preguntas que me planteé toda la noche, durante la comida y en mis sueños que basándose en Pepe sería mejor llamarlos pesadillas. A pesar de todas mis paranoias, logré cerrar los ojos y caer en un sueño profundo.

La mañana siguiente fui despertada por sirenas de ambulancias y policías. Bajé las escaleras de dos en dos, al bajar perdí el norte y la respiración. Miré el reloj de cuco de mi bisabuela que a pesar de los años parecía el reloj de Greenwich, las 10:25 del sábado, el día del mercado donde mi padre y mi madre, como la mayoría de los ciudadanos, iban todas las semanas. Me vestí deprisa, cogí la bicicleta y me dirigí al centro de la ciudad siguiendo el ruido de las sirenas que al contrario de lo que había pensado, no me estaban conduciendo al mercado sino al parque municipal.

Mi corazón empezó a estallarme en el pecho, mil pensamientos llenaron de una vez mi cabeza, el estomago se estrechó y mis piernas empezaron a pedalear rápidamente sin sentir cansancio, solamente pensaba en llegar al parque. Esquivo un coche, esquivo otro, rozo una viejecita, rozo su perro, ignoro el semáforo y evito un entierro. Una vez llegada a la entrada del parque noto un montón de gente amontonada para entrar, para ver algo, ¿qué es ese algo? Me acerco en el intento de descubrir lo que pasa… nunca lo hubiera hecho.

Pepe estaba allí, en el centro del jardín principal, colgado de una cuerda a la encina del parque, su árbol preferido. Me volvieron a la cabeza los detalles que me contaba sobre esta planta. Uno de los árboles más emblemáticos de la cuenca mediterránea y de la Península Ibérica; le gustaba su historia, su nombre Quercus que proviene de la palabra celta quercuez, que significa “árbol hermoso”. Su altura de 15 metros, su tronco corto de corteza quebradiza, su capacidad de vivir hasta 700 años. Las flores de un tono amarillo brillante y sobre todo su fruto, el preferido por los policías: la bellota. Así lo creía Pepe porque la bellota surge en otoño y en noviembre madura y cae al suelo para alimentar a los cerdos. Que tío loco, este Pepe. También ahora, ahorcado de la encina, lograba hacerme sonreír.

Un leve viento movía las ramas y parecía que el parque lloraba por el amigo perdido, me acerqué un poco más, Pepe tenía un cartel pegado a su camisa donde había escrito: “Esto lo he terminado papá, ves ¡te equivocabas! Y vosotros que me miráis, ¿creéis de verdad que un padre que no ama a su hijo puede ser un alcalde que ama a sus ciudadanos o a un parque? ¡La respuesta está aquí ahorcada de esta encina ante vosotros!”

Los árboles gritaban por el viento, la hierba regada por las lágrimas de los demás y los pajaritos se quedaban mudos por respecto.